La prevención primaria es una estrategia particularmente pertinente ante problemas enquistados, difíciles de afrontar por los condicionantes contextuales o por la frecuencia de recaídas. El SIDA y las adicciones constituyen retos tan exigentes para el tratamiento, que algunos de los resultados más significativos se obtienen en los esfuerzos por evitar su aparición (y con ello reducir su incidencia).
Sin embargo, las acciones preventivas aplicadas con más frecuencia han sido las campañas meramente informativas, que a veces no resultan suficientes para instar al cambio de comportamiento. La conducta preventiva no depende sólo de la disponibilidad de información, sino que también está controlada por el contexto social y otros factores. Por ejemplo, para evitar los embarazos no deseados entre adolescentes es importante que conozcan métodos anticonceptivos, pero en su uso influyen también las habilidades sociales, el abuso de drogas, etcétera. La timidez para comprar el preservativo o para proponer su utilización a la pareja sexual son sólo una muestra de los elementos que pueden interferir, pese a que el grupo destinatario esté informado de las prácticas de riesgo.
No obstante, las campañas informativas pueden tener un efecto acumulativo, y afectar a las normas sociales a través de la consistencia y la repetición de mensajes. Es el caso de la publicidad contra el tabaco, que informa al fumador de las consecuencias del tabaquismo, pero quizá ejerza mayor impacto por la presión social -y el cambio de la norma subjetiva- que eventualmente se derivan de la acumulación de mensajes en un mismo sentido.
Las campañas informativas se emplean sobre todo en la prevención primaria. Para resultar útiles tienen que alcanzar a los grupos de alto riesgo. Por eso es muy importante prever las estrategias de propagación del conocimiento. También hay que diseñar cuidadosamente los contenidos, y adaptarlos a las características de la población destinataria. Un primer paso ineludible es el pretest de los materiales divulgativos, para comprobar que se adecuan a sus fines de comunicación. Pero, basándonos en la experiencia de intervención en este área, se pueden sugerir algunas reglas de carácter general para elaborar mensajes preventivos:
- En primer lugar, hay que transmitir información clara sobre el problema a prevenir.
- Es necesario especificar las prácticas de alto riesgo.
- También se deben proporcionar alternativas de bajo riesgo, señalando cómo ponerlas en práctica.
- Es importante alentar la confianza en que el cambio de comportamiento puede llevarse a cabo (es decir, promover la auto-eficacia); y que es positivo para la persona (auto-estima).
- Y hay que poner de manifiesto las consecuencias sociales y personales del problema que se pretende prevenir.
Como vemos en esta serie de recomendaciones, es primordial no jugar a los sobreentendidos, y dejar claro qué comportamientos son un antecedente del problema. Pero, puesto que se trata de suscitar el cambio de conducta, se requiere una influencia complementaria. Concretamente se persigue:
- Motivar al cambio mostrando la gravedad de las consecuencias.
- Incidir en los procesos cognitivos que afectan al cambio de comportamiento.
- Y proporcionar alternativas conductuales al comportamiento-problema.
Para citar este texto, puede utilizar la siguiente referencia.
Maya Jariego, I. (2003). Diseño, evaluación e implantación de un proyecto de intervención social. En F. Loscertales y Núñez, T. (Coords.): Comunicación e Intervención. Módulo 10: Revisión del proyecto y redacción final de la Tesis de Maestría. CD Interactivo. Universidad de Sevilla.